Por alguna razón, o por muchas, hoy siento la necesidad de escribir este agradecimiento. La vida es un ente curioso, que nos trae y lleva por vericuetos a veces incomprensibles. Muchas de las cosas que nos suceden son elección, o consecuencia de nuestras decisiones. Otras nos llueven no se sabe muy bien de dónde. Unas veces las abordamos con alegría, otras con ilusión, otras con miedo y otras, simplemente, ni las abordamos.
Uno va viviendo como buenamente se le ocurre, y los acontecimientos unidos a nuestras propias reacciones van forjando lo que somos y en lo que nos convertimos. Con mucho esfuerzo, la que escribe ha llegado a sentir cierto aprecio por sí misma, y a estar medianamente conforme con lo que es.
De vez en cuando, una, que tiene un moscardón en el fondo del cerebro, se pregunta en qué se hubiera convertido si su vida hubiera sido diferente. Más cómoda, menos arriesgada, menos “peleada”. Inevitablemente la conclusión es que hubiera crecido mucho menos. En los momentos de mayor agotamiento o incomprensión, una se pregunta de dónde salen las fuerzas para seguir luchando. Estaba yo en un momento de ésos cuando me he topado con una foto de mis hijos, casi adolescentes, demostrándose cariño con la puesta de sol de una playa andaluza como telón de fondo.
Y entonces lo veo claro como la luz. Entiendo que soy muy poco original, todas las madres hacemos eso. Pero me doy cuenta de que gran parte de lo que soy hoy se lo debo a ellos. A ellos que han necesitado y siguen necesitando atenciones especiales. A ellos que me han puesto en la disyuntiva de conformarme o pelear. A ellos que me regalan siempre una sonrisa cuando las cosas van mal. A ellos que me impulsan a levantarme a diario, aunque no siempre tenga ganas.
Por estas cosas, y muchas otras más que me voy a callar para no caer en la cursilería más casposa, hoy quiero dar gracias a mis hijos por estar aquí y ser el motor de mi vida y mi esfuerzo por ser mejor persona. Gracias Aleix, Gracias, Pep. No dejéis nunca de empujarme a crecer.